A nadie le gusta que le digan que es un fracasado. Es más, en nuestra cultura que celebra el éxito, la prosperidad y el reconocimiento, el ser un fracasado es una de las maldiciones más terribles. ¿Cómo las personas, en general, lidian con el fantasma del fracaso? Algunas toman el camino del trabajo arduo, pues piensan que «la vida» recompensa a aquellos que se esfuerzan. Otras deciden ser indiferentes e incluso un poco fatalistas. Dicen, lo que tenga que ser, será.
Si somos sinceros, nadie quiere ser un fracaso. Pero la realidad nos muestra un escenario completamente diferente. Por ejemplo, muchos estudiantes que prometían terminan fracasando en su vida laboral. Muchas parejas que soñaban con un bello matrimonio terminan divorciándose. Innumerables son las empresas, proyectos, sueños e inversiones que terminan en nada.
Muchas personas que han experimentado la triste realidad del fracaso se sumergen en una profunda depresión. Han perdido la esperanza, los sueños que antes los motivaban, ahora se han desvanecido. Hay otros que delante del fracaso intentan reinventarse y, no podemos negar que algunos lo consiguen, pero hay otros tantos que siguen en un torbellino de fracasos sin fin.
La Biblia tiene mucho que decir acerca del fracaso, pero lo aborda desde una perspectiva completamente diferente. Si bien el mundo huye del fracaso e intenta hacer de todo para evitarlo, la Palabra de Dios nos dice que el Señor es especialista en hacer algo maravilloso a partir del fracaso.
Un ejemplo de esto lo encontramos en la historia de Abraham y Sara. Abraham, el padre de le fe, recibió la promesa de Dios (Gn. 12:1-3; 15:1-6). Esta promesa consistía en tres cosas: una gran descendencia, una tierra y ser de bendición para todas las naciones. Abraham había dejado su tierra y había llegado a Canaán, la tierra donde Dios lo había llevado. Ya habían habitado en Canaán durante 10 años y la promesa del heredero aún no se cumplía (Gn. 16:3). Sara, entonces, tuvo una idea, ella dijo: «Ya ves que Jehová me ha hecho estéril» (Gn. 16:2). A partir de esta realidad ella presenta un plan de acción. Ella no ve a Dios que está de su lado. Ella cree que Dios está en su contra. Ella piensa, «Dios no quiere que yo tenga hijos». Por lo tanto, le dice a su marido Abraham, «si vamos a tener un hijo, lo vamos a tener por nosotros mismos. No seguiremos esperando a Dios». Por ello, toma a su esclava Agar y le dice a Abraham que tenga sexo con ella y, de esa manera, Agar sería el medio para que Sara tuviera un hijo de Abraham (Gn. 16:2). Abraham atendió al pedido de Sara y tuvo un hijo con Agar: Ismael (Gn. 16:4, 11). Sin embargo, lo que a ojos de Sara parecía ser la solución perfecta a la demora de Dios termina siendo un tremendo fracaso.
El apóstol Pablo en el capítulo 4 de su carta a los gálatas nos presenta una alegoría que se basa en la historia de Sara y Agar (Gá. 4:21-31). Pablo, escribiendo muchos años después, menciona la esterilidad de Sara en medio de una discusión acerca de la justificación por la fe solamente. ¿Cuál es el punto de Pablo? ¿Qué es lo que él quiere mostrar trayendo a colación la historia de Sara? Muy sencillo. Pablo está diciendo que el evangelio es para los quebrantados y fracasados. La salvación no es por esfuerzo, iniciativa o intuición humana. La salvación es enteramente obra de la intervención soberana de Dios. De la misma forma que lo fue la concepción del hijo de Abraham y Sara (Isaac), la salvación es un milagro de Dios.
Pablo se remonta a Génesis 16 para enseñarnos que hay dos puntos de vista contrastantes sobre la justificación, a saber, uno que se basa en los esfuerzos humanos y el otro se fundamenta en la fe. Estos dos puntos de vista de la justificación están representados por Sara y Agar y sus hijos Isaac e Ismael respectivamente. Sara e Isaac representan el camino de la justificación solo por la fe y solo por la gracia.
Sara era una mujer libre; Agar era una esclava. Isaac fue el hijo de la promesa; Ismael fue el hijo del intento humano de Abraham de cumplir la promesa de Dios. Agar e Ismael representan formas de intentar ser justificados por medio de esfuerzos humanos, mientras que Sara, quien ya había pasado la edad de tener hijos cuando concibió, tuvo a su hijo Isaac por la libre gracia y la promesa de Dios.
En esta historia vemos las dos formas básicas de acercarse a Dios. El «religioso» se acerca a Dios y dice: «Yo me porto bien y Dios me bendice y me salva». En cambio, cuando nos acercamos a Dios mediante el evangelio oímos que Dios, a través de Jesús, nos da una justicia perfecta que recibimos únicamente por la fe. Por lo tanto, por gratitud vivimos completamente para Dios.
Pablo ve, en la historia de Sara y Agar las mismas dos formas de acercarse a Dios. ¿Qué podrían haber hecho Abraham y Sara en vez de seguir el camino errado? Podrían haber confiado en Dios y en su gracia salvadora. Sí, Abraham y Sara tenían motivos comprensibles para hacer lo que hicieron. Sin embargo, no vieron la bella realidad del evangelio: Dios tiene gracia para los fracasados y necesitados.
Juan Pablo
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