Una de las cosas más sencillas que podemos hacer es orar. No es difícil, quiero decir, es solo hablar con Dios. Es buscar un lugar tranquilo y dirigir nuestras palabras hacia Él. Pero por muy sencillo que sea, orar implica un arduo trabajo. ¿Por qué?
Una posible respuesta es que nos cuesta orar porque estamos demasiado atareados. El día corre y pasa volando, y estamos llenos de actividades: trabajo, familia, compras, reuniones, etc. ¿Pero será esta la verdadera razón?
Otra posible razón es que entendemos mal el lugar de la oración en la vida cristiana. Es decir, no la vemos como una prioridad y pensamos que se trata de algo secundario. La prioridad es leer la Biblia, eso sí es verdaderamente importante; o la prioridad es no faltar el domingo a la iglesia. Pero la oración… sí, es importante, pero lo es principalmente cuando estamos en problemas… ¡en dichas ocasiones oramos como nunca!
El rey David en el Salmo 5 señala: «Oh Señor, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré ante ti y esperaré» (v. 3). David era un hombre ocupado como muchos de nosotros, es más, muy probable haya tenido más cosas que hacer que la mayoría de nosotros pues era el rey. Debía gobernar, debía proteger, debía velar por el reino y un sin fin de otras cosas más. Sin embargo, vemos que dice que de mañana se dirigirá a Dios, de mañana se presentará ante el Señor y esperaría allí. David está describiendo la práctica de la oración.
Hay ciertas características que me gustaría destacar de las palabras de David.
La primera de ellas es el tiempo. David dice: «de mañana…». El término hebreo usado aquí significa «amanecer». David está diciendo que temprano, al amanecer, cuando rompe el alba, se presentará en oración ante el Señor. Sobre esto Charles H. Spurgeon señaló: «La oración debe ser la llave del día y la cerradura de la noche. La devoción debe ser tanto la mañana … como la estrella de la tarde»[1]. Empezar el día con oración no es algo solo para los cristianos más maduros. Al contrario, es una práctica que todos deberíamos seguir. Empezar el día con oración, le da a nuestra vida un sentido correcto de prioridades: Primero está el Señor, luego viene el resto (¡por muy importante que pueda ser el resto!).
La segunda característica importante que vemos en este texto es la forma. David dice: «oirás mi voz…» (v. 3). Aunque existen muchos tipos de oraciones, que son descritas en este salmo como «palabras» (v. 1), «suspiro» (v. 1), «clamor» (v. 2), en el versículo 3 es descrita la oración en la forma de «voz», obviamente haciendo alusión a palabras que son pronunciadas. Aunque en algunas ocasiones no podamos dirigirnos a Dios con palabras (especialmente cuando estamos agobiados), lo más común es que lo hagamos de esa manera. Orar es conversar con Dios y cuando conversamos con alguien, por lo general, usamos palabras.
La tercera característica importante que vemos es la persistencia. David dice: «de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré…» (v. 3). Esta repetición de términos lleva la idea de «todas las mañanas»[2]. La persistencia en la oración es algo que Jesús enseñó y que nuestra cultura de lo inmediato y pragmático no soporta. Debemos ir a Dios una y otra vez, buscando su rostro con persistencia.
La cuarta característica que quiero resaltar es la espera. Dice el verso 3: «…me presentaré ante de ti y esperaré». Cada vez que oramos debemos hacerlo con fe y esperar en la respuesta del Señor. Ella no vendrá necesariamente al instante y en muchas ocasiones demorará. Pero la fe es depurada durante la espera, pues como siempre queremos todo de inmediato, el Señor nos enseña a presentarnos ante Él y aguardar hasta que Él nos responda. ¿Cuándo y cómo responderá el Señor? Solo Él lo sabe, nosotros debemos presentarnos delante de Él en oración y esperar.
Para terminar, hay algo que ha estado dando vueltas en mi mente hace un tiempo. Si la oración es prioritaria, ¿por qué oramos tan poco? Bueno, como ya señalé, la oración es siempre una lucha. Pero eso no es una excusa para nuestra pobre vida de oración. Cuando vemos en los evangelios la vida de oración de Jesús nos queda bien claro que, para Él, siendo el Hijo de Dios, era una prioridad (p. ej. Mt. 6:5-13; 9:38; Jn. 17). Y los apóstoles también lo entendieron de la misma forma. Hay un texto interesante en Hechos 6. Cuando surge el primer problema «administrativo» en la iglesia, los apóstoles propusieron que se eligieran 7 varones que pudieran hacerse cargo de ello, pues los apóstoles debían dedicarse «a la oración y al ministerio de la palabra» (Hch. 6:4). ¿Te das cuenta el orden de prioridades? Primero orar, después predicar, ¡y predicar es muy importante! Probablemente necesitamos leer varias veces ese texto para que reordenemos nuestras prioridades.
Hay quienes han dicho que el secreto del fracaso es fracasar en lo secreto. ¿Será que eso es cierto? ¿Será que nuestro poco impacto, nuestros escasos resultados, se deben a que estamos fracasando en darle a la oración la prioridad que debe tener?
Juan Pablo
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[1] C. H. Spurgeon, The Treasury of David, vol. 1a, Psalms 1–26, Grand Rapids: Zondervan, 1968, 46.
[2] Boice, James Montgomery. Psalms 1–41: An Expositional Commentary. Grand Rapids, MI: Baker Books, 2005, 45.