Esclavo de sus palabras y dueño de su silencio

El hombre es esclavo de sus palabras
y dueño de su silencio.

La primera vez que escuché estas palabras fue durante mis años como estudiante de Derecho. En aquella época nunca las había oído ni menos sabía que provenían del gran filósofo griego Aristóteles. Creo que lo que más me impresionó del refrán fue que expresaba de manera más elegante el tan conocido «por la boca muere el pez».

La verdad de este dicho se ve claramente reflejada en un suceso registrado en 2 Samuel 1. En dicha narrativa se nos dice que un joven amalecita llegó donde David y le contó que Israel había perdido la batalla contra los filisteos y que muchos israelitas habían muerto, incluidos el rey Saúl y el príncipe Jonatán. David le preguntó al joven cómo sabía que Saúl y Jonatán habían muerto, y el joven respondió que se había encontrado con el rey Saúl cuando era perseguido por gente de a caballo y que Saúl le había pedido que lo matara para no caer en manos de los filisteos. El joven, entonces, puso su mano sobre él y lo mató (ver 2 S. 1:6-10).

Luego de que David oyera estas palabras, rompió en llanto (2 S. 1:11). Los que estaban con David hicieron lo mismo, y todos lamentaron hasta el anochecer. La muerte del rey Saúl y del príncipe Jonatán, provocó dolor en David y su gente. Pero luego el relato tiene un giro inesperado, porque David le pregunta al joven amalecita «¿Cómo no tuviste temor de extender tu mano para matar al ungido de Jehová?». Acto seguido, David dio la orden a uno de los suyos de que le quitara la vida al joven amalecita. David le dijo: «Tu sangre sea sobre tu cabeza, pues tu misma boca atestiguó contra ti, diciendo: Yo maté al ungido de Jehová» (ver 2 S. 1:13-16).

El joven amalecita, que trajo las noticias de la muerte de Saúl y Jonatán, terminó igual que ellos, muerto. Y David deja en claro la razón, «no tuviste temor de extender tu mano para matar al ungido de Jehová». Murió por haber dicho que había matado al rey Saúl. Aunque el desenlace de esta historia es trágico, no puedo negar que existe algo en el relato que me causa un poco de consternación. Quiero decir, ¿el relato del joven amalecita era verdadero? ¿Realmente Saúl murió en sus manos? Bueno, es interesante ver que 1 Samuel 31 nos dice otra cosa. Al final del 1 Libro de Samuel, se nos dice que Saúl tomó «…su propia espada y se echó sobre ella». Su escudero, quien era el único que estaba junto al rey en ese momento, viendo que Saúl estaba muerto, «también se echó sobre su espada, y murió con él» (ver 1 S. 31:1-5).

¿Cómo? ¿Saúl se quitó la vida? Sí, eso nos dice 1 Samuel 31. Entonces, ¿por qué el amalecita contó otra historia? ¿Cuál de los dos relatos es el verdadero? Bueno, para los lectores menos atentos, estos dos relatos pueden exhibir un problema, pues aparentemente nos presentan dos versiones distintas acerca de la muerte de Saúl. Imagino que muchos enemigos de la inspiración bíblica podrían usar estos dos textos para presentar «un evidente caso de contradicción» en la Biblia. Sin embargo, aquí no tenemos una contradicción, pues en 1 S. 31 el narrador nos está contando lo que sucedió, es decir, el narrador del libro nos dice cómo murió Saúl, y en 2 S. 1, tenemos al joven amalecita, contando su historia de cómo murió Saúl. ¿A quién le creemos? La única respuesta a esta pregunta es la siguiente: el joven amalecita estaba mintiendo. No es complicado llegar a esta conclusión. Recordemos que Saúl era el rey. Difícilmente en medio de una batalla el rey estaría solo, es más, 1 S. 31 nos dice que Saúl estaba junto a su escudero y que le pidió a su escudero que lo matara antes que fuera capturado por los filisteos. Ante la negativa de su escudero, Saúl decidió «echarse sobre su espada» y así murió. El escudero, viendo que el rey estaba muerto hizo exactamente lo mismo y murió a su lado. Saúl nunca habló con el amalecita, nunca le pidió al amalecita que le diera el «tiro de gracia».

Pero, aún queda una pregunta dando vueltas, ¿cómo obtuvo el amalecita la corona y el brazalete de Saúl? ¿Y por qué fue hasta donde David con ellos y contó esta historia? Es muy probable que el joven amalecita encontró a Saúl muerto, tomó la corona y el brazalete, y los llevó a David con la intención de obtener alguna cosa. Sin embargo, sea lo que sea que quiso obtener, ¡no lo consiguió! Solo obtuvo la muerte. Y lo más irónico de toda la historia es que murió por haber contado una mentira que creyó que le serviría para ganar el respeto de David.

El joven amalecita, sufrió las consecuencias de su historia ficticia. Quedó preso por ella y fue esta historia inventada la que lo condenó finalmente. Una mentira le causó la muerte. Él pensó que su historia falsa le traería buenos resultados, pero ella le causó la muerte. Dios lo juzgó, pues toda intención pecaminosa de nuestro corazón un día será dada a conocer. Jesús lo dijo: «Porque nada hay encubierto, que no haya de descubrirse; ni oculto, que no haya de saberse. Por tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas, a la luz se oirá; y lo que habéis hablado al oído en los aposentos, se proclamará en las azoteas» (Lc. 12:2-3).

¿Cuántas veces pensamos acerca de las consecuencias que traerán nuestras palabras? Una palabra mal dicha, una palabra exagerada, una palabra mentirosa puede condenarnos. ¿Qué es lo que está saliendo de mi boca? ¿Pronuncio mentiras para obtener algún tipo de beneficio? Recuerda, el hombre es esclavo de sus palabras y dueño de su silencio.

Juan Pablo

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Pastor, plantador de iglesias y profesor de teología. Me apasiona predicar las buenas nuevas de salvación en Cristo Jesús, estudiar y enseñar acerca de las bellezas de la Palabra de Dios.

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