Cuando nos proponemos leer la Biblia completa, desde Génesis hasta Apocalipsis, el primer obstáculo que enfrentamos se llama Levítico. El tercer libro del Pentateuco, con todos sus preceptos acerca del culto a Jehová, desmotiva a varios lectores de la Biblia. ¿Por qué? Creo que parte de la respuesta es que no tenemos una clara percepción del contenido de este libro y del lugar que ocupa dentro de los 5 libros de Moisés.
El hecho de que Levítico esté en medio de los 5 libros de Moisés debería llamar nuestra atención. Además, el libro sigue al Éxodo, es decir, los preceptos dados en él acerca del culto y de la santidad personal están dentro del contexto del mayor acto de redención del Antiguo Testamento.
Las palabras iniciales del libro de Levítico son importantes, porque nos introducen en el resto de la narrativa. Todos los preceptos que se registran en Levítico deben entenderse dentro del contexto del Pacto que Dios estableció con su pueblo, pacto que se resume en la frase: «Los tomaré como pueblo mío, y yo seré su Dios» (Éx. 6:7a). Este pacto se hizo en el Sinaí y ahora el pueblo aprende a mantener su comunión con el Dios santo.
Levítico abre con unas palabras muy solemnes «El Señor llamó a Moisés y habló con él desde el tabernáculo de reunión, diciendo…» (1:1). Una traducción más literal de este versículo sería: «Y llamando YHVH (Yavé) a Moisés, le habló desde el Tabernáculo de Reunión». Es muy interesante notar que el libro comienza con una «Y», lo que en este caso demuestra que Levítico es una continuación del Éxodo, libro que termina con la gloria de Dios descendiendo al tabernáculo (Éx. 40:34-35). Ahora, no vemos la gloria del Señor descendiendo al tabernáculo, sino que Dios llama a Moisés desde el tabernáculo y habla con él. Por lo tanto, el libro comienza con unas palabras que introducen una revelación de Dios. El hecho que diga «habló con él» enfatiza la importancia del mensaje de Dios. El Dios que había revelado su ley en el monte Sinaí ahora llama a Moisés para darle otra palabra de revelación.
Moisés en Éxodo es presentado como el gran profeta del Señor y como el mediador del pacto (Éx. 20:19). Como profeta, Moisés debía declarar al pueblo la Palabra de Dios. Pero la Escritura nos dice que existe otro profeta mayor que Moisés: Jesucristo (He. 3:3; Jn. 1:1, 14). En Marcos 9:7 leemos que el Padre dice: «Este es mi Hijo amado; a él oigan». De las voces disonantes y confusas de este mundo, ¿has escuchado la voz de Jesús? ¿Has estado bajo la autoridad de Su palabra?
Ahora bien, en Levítico vemos que Dios se comunicó a su pueblo a través de Moisés: «Habla a los hijos de Israel y diles…» (1:2). En Éxodo se nos cuenta cómo los descendientes de Jacob se convirtieron en un pueblo numeroso. Fue a este gran pueblo que Dios redimió de Egipto. Como pueblo redimido por el Señor, Israel era el especial tesoro de Dios en la tierra, una nación gobernada por Dios que tenía una función sacerdotal en el mundo (Éx. 19:5-6). La ceremonia formal de confirmación y consagración del pacto, que los separó para esta misión mundial, se describe en Éxodo 24:3–8. Levítico nos muestra cómo el estatus único de Israel iba a ser vivido en la vida diaria, donde en cada detalle debían manifestar su estatus como pueblo de Dios, sirviéndole de una manera justa y honorable.
A este pueblo recién redimido, Dios le dio una serie de instrucciones. Y antes de entrar en los detalles de la adoración, el Señor le da a Moisés una instrucción en general: «…cuando alguno de ustedes presente una ofrenda al SEÑOR…» (1:2). La palabra traducida como «alguno» es en hebreo «Adán», una palabra que se refiere al ser humano. Por lo tanto, Dios se está refiriendo tanto a hombres como a mujeres.
Cuando un hombre o una mujer que forma parte de la comunidad del pacto iba a presentar una ofrenda al Señor debía ser de «ganado vacuno u ovino». Esto implica que tanto hombres como mujeres debían presentar ofrendas y sacrificios. Además, hasta este momento, se refiere a sacrificios voluntarios ofrecidos por el pueblo. Esto nos recuerda que, aunque el pueblo del Señor debe reconocer que son una nación santa, cada individuo no desaparece dentro del todo. Es necesario hacer sacrificios personales. Cada persona es importante a los ojos de Dios y cada uno debe adorar a Dios de la manera que Dios ha establecido. No podemos hacer lo que nos gusta y esperar que Dios acepte todo lo que consideramos apropiado. Hay una forma correcta de adorar y una forma incorrecta de hacerlo. Aquí Dios dirige a su pueblo para que ofrezca a Dios lo que es aceptable[1]. Además, vemos con claridad qué implica un sacrificio aceptable al Señor.
En primer lugar, el sacrificio era de un animal «del ganado» lo que inmediatamente excluía a los animales salvajes. Esto, aunque parezca irrelevante, en realidad no lo es. Las ofrendas debían darse de ganado «vacuno u ovino», lo que indica la naturaleza costosa de la ofrenda. Nadie podía ofrecer un animal que halló en el campo, sino uno que le pertenecía y que formaba parte de su patrimonio. Podemos decir que la ofrenda debía venir directamente «del bolsillo» del ofertante. Esto implica que el ofertante sufriría una disminución (una pérdida) en su patrimonio al momento de hacer una ofrenda, es decir, renunciaba a algo valioso. Hoy, cuando ofrendamos al Señor, ¿damos de lo que nos sobra u ofrecemos algo que realmente tiene valor? ¿Estamos dispuestos a asumir «el costo» de nuestras ofrendas?
En segundo lugar, la ofrenda no solo era una acción patrimonial, sino que era un acto de devoción al Dios único y verdadero. El texto dice «…cuando alguno de ustedes presente una ofrenda al SEÑOR…». La palabra hebrea para «ofrenda» (qorban) es el término general utilizado para referirse a los dones y las ofrendas hechas a Dios. Está relacionado con el verbo «acercar». Estas ofrendas debían «acercarse» al Señor[2]. Los israelitas solo podían llevar ofrendas a «Yavé» y a nadie más. Los cristianos debemos hacer lo mismo. Nuestra adoración está dirigida a Dios el Padre, por medio del Hijo, a través del Espíritu. Es al Dios trino a quien nosotros solamente adoramos.
En tercer lugar, la ofrenda se estableció para proporcionar acceso a Dios y para eliminar el pecado (servir de expiación), a fin de que no existiera ningún obstáculo en la comunión. En Levítico, cuyo tema principal puede ser resumido como «santidad al Señor», la idea del sacrificio es muy relevante, ya que el Dios santo había dicho que habitaría en medio de ellos y por eso era esencial que el tabernáculo, los sacerdotes y el pueblo estuvieran limpios de toda contaminación. Este principio lo vemos también en el Nuevo Testamento (1 Jn. 1:5-9).
Dios ha ordenado cómo debemos adorarle. Y Levítico es un libro que nos recuerda en cada una de sus páginas la urgente necesidad que tenemos de adorar a Dios tal como Él lo ha prescrito en su Palabra. Solo ese tipo de adoración agrada a Dios y produce verdadero regocijo en el adorador.
Cuando te sientas abrumado al leer Levítico, cuando te preguntes por qué debes seguir leyéndolo, cuando te sientas tentado a saltar la lectura para leer «algo más relevante» para ti, debes hacerte las siguientes preguntas: ¿Quiero adorar a Dios? ¿Quiero experimentar el gozo de adorar verdaderamente a Dios? Bueno, si quieres adorar a Dios debes hacerlo según lo que Él ha establecido en su Palabra. Fuera de lo prescrito en la Biblia, como por ejemplo en Levítico (con sus debidas aplicaciones), no hay verdadera adoración.
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[1] Eveson, Philip H. The Beauty of Holiness: The Book of Leviticus Simply Explained. Darlington, England: Evangelical Press, 2007. Print. Welwyn Commentary Series. 29.
[2] Ibíd.